26 de mayo de 2011

El Baldón: El Inmigrante

Por José Miguel Cobián

¨Cerca de Xalapa es la reunión a medio día. Tomamos 16 el camión hacia el D. F. Llegamos a la media noche y nos vamos caminando desde Tapo a la central del norte. Un frío terrible –según yo. Dos horas después estamos en la central del norte, y tomamos camión rumbo a Zacatecas, allí tomamos otro hacia Chihuahua y de allí a Cananea.

En Cananea la opción es pagar dos mil dólares y pasar por las montañas o pagar cuatro mil dólares y pasar por la línea. En el primer caso son tres días con sus noches de caminata hasta llegar a Phoenix en Arizona. En el segundo caso son seis horas de caminata nada más. Como no tengo dinero y mi familia lo anda consiguiendo en Xalapa, decido tomar el camino largo.

Un six de Red Bull, una coca familiar, muchos dulces y chocolates, es todo lo que llevamos cada uno para el viaje. Son dos los coyotes que nos llevan. Nos cuentan que vamos a pasar por una zona en la cual ni la migra se atreve, porque está llena de serpientes, alacranes y osos. Nos reímos pensando que es broma. Después de 24 horas de caminata continua, descansamos media hora. El coyote no se cansa, trae como medio kilo de doña blanca y a cada rato se mete un pericazo. Pero no invita, y poco a poco nos vamos cansando mucho.

Llegamos a un lugar donde hay agua, pero no nos dejan tomar. Dicen que esta envenenada por los gringos, específicamente por los chicanos que no quieren más frijoleros en Estados Unidos. Cuando llevamos 40 horas de caminata la mitad se quiere regresar y entonces uno de los coyotes se regresa con ellos, pero les explica que los va a entregar a la migra para que nadie se muera, y que los espera de nuevo en Cananea, allí le dirán si pasan por la vía corta o la vía larga. Y así sucede, los entrega y los regresan por Laredo. Sin embargo él llega primero que nosotros a Phoenix y es el único que pudo llegar sin problemas, parece que es ciudadano gringo.

Todos llevamos los pantalones desgarrados, porque subimos y bajamos montañas, pero no hay camino, y muchas veces, bajamos como en resbaladilla. Los pies están desechos. Aunque llevo botas, se me meten unas espinas que hay que quitarse cada tanto de los pies. El coyote nos entrega agua oxigenada y alcohol para desinfectarnos los pies. De repente aparece un ¨mosquito¨ (avión espía), y me persigue. Me caigo en un barranco, lastimado después de dar tumbos, porque me detuvo una piedrota con la que pegué en la espalda. Después supe que se me hizo un moretón de media espalda, y me dolió mucho el resto del trayecto. Pero me le escapé al mosquito.

Al fin llegamos a las afueras de Phoenix, pasa una camioneta y nos avienta más refrescos (dos cocas por piocha) y dos burritos para cada quien, que me supieron a gloria. Después de haber llorado horas y horas de dolor y cansancio ver la meta tan cerca tranquiliza.

El pollero nos deja con unos cuates suyos y nos subimos 8 en la batea de una pick up. Nos dice el chicano que si llega la migra, él se pela y es nuestra bronca lo que hagamos. Gracias a Dios no pasa nada, y llegamos a una casa de seguridad en un barrio de Phoenix. Allí nos quedamos encerrados, pero cuando menos comiendo bien, hasta que nuestras familias mandan el dinero. La mía tardó una semana y estuve una semana encerrado. Cuando pude salir conseguí trabajo, allí, en las Vegas y en San Antonio. A los cinco meses me pescaron. Pude ahorrar tres mil dólares, menos los dos mil que pagamos, me quedaron mil de utilidad.

La migra gringa se portó bien conmigo, me dieron refresco y un sandwich. Me tuvieron un día encerrado y me entregaron en Nuevo Laredo, después de investigar si era yo mexicano y checar mi dirección en sus mapas. Los del Instituto Nacional de Migración que me recibieron me metieron a la cárcel y durante dos días no me dieron ni comida ni agua. Querían una lana para soltarme, pero como comencé a temblar y estaba muy pálido, llevaron al doctor, y me botaron en una calle de Nuevo Laredo. Otro mexicano que pagó 500 dólares para que lo soltaran me invitó a comer y me ofreció regresarme al otro lado. Yo preferí venirme a mi casa.

Me da coraje que los mismos mexicanos sean tan malos con los mexicanos y con el resto de migrantes. Y me da envidia lo limpio y bonito que es Estados Unidos, mientras aquí vivimos como puercos, madreándonos los unos a los otros. ¨

Testimonio de un indocumentado mexicano platicado a quien esto escribe.

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