La
Perla, Ver.- "Aquí se llama El Paso, Veracruz, porque nomás pasan de largo
las camionetas con ayuda hasta otros pueblos, sólo porque están más pegaditos
al Pico de Orizaba. Pero el gobierno se olvida de nosotros. Aquí también
tenemos hambre y hartos enfermos. Aquí también hace un chingo de frío".
El
Paso, Veracruz, es una localidad enclavada en la serranía de las faldas del
Citlaltépetl, perteneciente al municipio de La Perla, uno de los 10 con mayor
índice de pobreza extrema en el estado, de acuerdo con cifras del Consejo
Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, (Coneval).
La
gente de la localidad no sabe medir la temperatura durante la madrugada, ni
siquiera existen los termómetros. Lo único que aseguran, es que el frío les
dicta compartir los retazos de colchones tamaño individual entre cuatro
familiares. Seis seres vivos se refugian acurrucados de las temperaturas
glaciales, si se cuenta al perro y el gato. Mascotas fieles en los peores
escenarios de la miseria.
Un
pequeño infierno más allá de las nubes, a 2 mil 740 metros sobre el nivel del
mar. Los 471 habitantes no comercian con dinero, practican el trueque: papa,
frijol, maíz, haba y quelite. "Aquí casi no hay monedas, si no se muere
uno de hambre es gracias a las cosechas. El problema es que no hay dinero
pa’comprar medicinas ni cobijas en estos tiempos de frío".
En El
Paso, nadie ha culminado la preparatoria. El que quiere perseguir el sueño de
las letras debe trasladarse hasta Ixhuatlancillo, la ciudad semiurbana más
próxima. La utopía del estudio requiere una inversión diaria de 60 pesos, tan
sólo en transporte. Equivalente a tres días de ingresos de la familia De la
Trinidad Ramírez y sus 11 integrantes.
"Pa’
subir al pueblo están los piratas"
Hay al
menos una veintena de automóviles que ofrecen su servicio de transporte; desde
la localidad de La Perla hasta San Miguel Chinela: cacharros coloridos de
segunda mano, marca Tsuru, modelos 96 - 98. Los únicos que desafían el camino
empinado hacia las montañas.
Su
principal ingreso proviene de los turistas con rumbo al Pico de Orizaba. La
gente de las comunidades poco ocupa el servicio. Se trata de un lujo pagar 20
pesos por corrida. Sólo en caso de verdaderas emergencias o cada mes, cuando se
surte de semillas o productos de la canasta básica para sobrevivir allá arriba.
"Nos
dicen piratas porque no tenemos papeles ni permiso para andar llevando gente,
pero somos los únicos que nos aventamos a subir. Un camión no llega por lo
colgada que está la carretera", comparte don Mauricio, quién compró su
carro en 20 mil pesos a un taxista de Orizaba, gracias a sus ocho años
trabajando en suelo estadounidense.
El
costo por el servicio de transporte es de 20 pesos por persona, 25 para los
visitantes. Una corrida en el pirata solamente se usa en casos de extrema
necesidad, pues tan sólo el viaje equivale a un día de ingresos para las
familias de El Paso, y las demás localidades que circundan el volcán más alto
de México.
Doña
Rosalía Pérez, que no rebasa los 50 años, solicita el servicio colectivo con
otras seis personas y pide al conductor que apile sus tres costales de maíz en
la parte trasera. Habría desafiado a la montaña en burro, pero en el invierno,
nadie está exento de perder el camino entre las espesas capas de niebla y caer
en algún voladero.
Para
llegar a la cima, el vehículo debe cruzar siete localidades: de La Perla a
Hierba Buena, la señora Rosalía habla con otra pasajera sobre el frío
insoportable de la noche anterior. De Hierba Buena a Los Fresnos le pregunta si
sirve el televisor que dio el gobierno federal. Para llegar al Tejocote se
lamenta, pues le pagaron a tres pesos el manojo de alcatraces y apenas sacó 30
pesos en el día. De Tuzantla a Linderos, las señoras bajan del pirata y lo
empujan con los otros cuatro pasajeros, pues la batería anda fallando. De
Linderos a Chocamán, doña Rosalía comenta que será abuela por séptima vez, de
su hija de 35 años.
Para
llegar a Xometla, advierte que ya le urge el pago de Prospera para los zapatos
de sus nietos. Se despiden finalmente en El Paso. Cada quién se desvía a sus
diferentes labores, a doña Rosalía ya lo esperan sus dos hijos para ayudarla
con los costales de maíz.
Así se
recorren 20 kilómetros; un peso por cada mil metros recorridos cuesta el
transporte no oficial de la zona serrana. "Somos como un mal necesario
para la gente. Si medio sale pa’ tragar es gracias a los turistas. A la plebe
le fiamos a cada rato", y se despide don Mauricio, levantando su sombrero
de cuero.
El
pirata desciende las cumbres, sin necesidad de gastar gasolina, don Mauricio
pone la palanca de velocidades en punto muerto y deja que la inclinación del
terreno lo impulse hasta su base. A lo lejos una anciana ya le hace señas
pidiéndole aventón.
El
Paso, Veracruz: linderos míseros
El Paso
es una hilera de colinas. Chipotes de tierra que en su cima permiten la vida a
77 familias. Allá arriba, pareciera que las intensas ráfagas de viento,
replicaran los quejidos de 470 habitantes; lamentos de hambre y de frío.
Campesinos enfermos y decepcionados al saber que su existencia solamente la
conoce Dios y los santos de sus altares.
A la
llegada de algún visitante, las miradas comienzan a sentirse desde diferentes
esquinas. Los perros son los primeros en oler a un foráneo. Ladran y muestran
sus colmillos para marcar el territorio, acto seguido bajan montones de
chamacos, no mayores a los 12 años. Inmutados, sólo observan: aguardan a que un
adulto aparezca y cuestione al extraño.
"Buenos
días, ¿qué se le ofrece?" Pregunta con el ceño fruncido, un hombre de
bigote delineado. A lo lejos, ya resuenan las suposiciones de la gente:
"seguro es del gobierno". "Dígale que ya no llega el dinero para
nuestros viejos". "Que le pida cobijas". "Para cuándo el
pago de Prospera". Ecos de la miseria, acallados durante varios meses.
Voces que sólo se atienen en periodos de contiendas electorales.
Luego de
enterarse que se trata de una entrevista, José de la Trinidad Bautista, tiende
la mano y silencia a los canes. "Acá lo único que va a escuchar son cosas
feas. La gente ya no confía en nadie. Han venido políticos a prometer ayuda,
pero nomás se burlan de nuestra pobreza. Venga pues, le voy a platicar".
El
líder de la localidad abre la puerta de su casa, un cuarto de dos metros
cuadrados hecho con la madera que le obsequian los pinos en la parte superior
de la montaña. En el interior se encuentra su familia, al menos ocho
integrantes están pasando un rato de coraje.
"Según
íbamos a poder ver las novelas"
Timotea
de la Trinidad, la más pequeña de los nueve hijos, da la orden a su abuelo que
actualice los canales en la televisión que el gobierno federal entregó en el
programa Mover a México. "Así abuelo, apriétele este botón", orienta
pacientemente la pequeña.
"Esta
chingadera ni sirve. Ya me desesperé, nos dijeron que según íbamos a poder ver
las novelas. Que se iba a ver todo más clarito, más chingón. Puras mentiras",
comenta furioso el hombre de 85 años.
Las
pantallas planas que recién repartieron los vocales del programa federal
Prospera no funcionan en su totalidad, apenas se ve un canal local por ratos.
Su problema lleva un mes sin resolverse. Sofía Guadalupe de la Trinidad
Ramírez, de 14 años, todos los días actualiza la lista de canales digitales,
sin embargo el resultado es el mismo.
El
señor más grande de la familia comenta a su hijo, don José de la Trinidad
Bautista: "Lástima que no aceptan estas fregaderas en los empeños, un
vecino ya me dijo. Pero si no, ve a venderla por ahí, mijo. O cámbiala por
sarapes. Yo ya me harté. Con permiso, joven, está usted en su pobre casa".
Y don Javier de la Trinidad se pierde en el lindero.
"Tuve
nueve hijos; a tres ya los corrió la pobreza"
José
Francisco de la Trinidad Bautista tiene 43 años, de los nueve hijos que procreó
con Petronila Ramírez tres se han marchado: Martín, Clementina y Armando. El
primero se encuentra trabajando en los Estados Unidos, nadie en la familia
recuerda la ciudad de su estadía, sólo saben que está en el norte, lejos, e
ignoran si va a regresar.
El
segundo, Armando de la Trinidad, se casó en un pueblo vecino: Texmola. "Él
quiso irse, pues. Aquí tampoco ya había para darle de comer. Encontró mujer y
se fue, está como a dos horas de acá; pero ya no viene, apenas si le alcanza
pa’ medio vivir. Ni modo, algún día vendrá. Es lo que le digo a mi señora
pa’que no chille".
Finalmente,
a quien don José llama su niña, se la llevó un vecino del lindero a los 13 años
de edad. "Duele que se vayan llevando a tus hijas, la verdad. Pero da más
tristeza ver que la cosecha no dé pa’todos. Todos por acá hacen lo mismo, hay
que dejar que se vayan las chamacas, nomás uno les dice que no se olviden de
nosotros, que regresen".
De los
seis hijos que restan, cuatro van a la escuela. Lizbeth de la Trinidad es la
integrante en todo el árbol genealógico que más años ha estudiado. Acaba de
pasar a primero de secundaria. "Ella dice que va a seguirle otro rato. A
ver si aunque sea acaba la secundaria", comparte incrédulo el padre.
En El
Paso, Veracruz, nadie ha concluido la preparatoria, nadie. La utopía del
estudio requiere una inversión diaria de 60 pesos, tan solo en transporte. Tres
días de trabajo para la familia de la Trinidad Ramírez.
"Aquí
no hay de otra, joven; los hombres al campo y las mujeres a la cocina, al
hogar, pues. Honestamente creo yo que de nada sirve hacer tantos años de
escuela. Ni siquiera soy de la idea de que se debe estudiar. Ya le dije a la
chamaca que nomás otros dos años, que ya mejor ayude a mi señora. Para qué
escuela, si aquí eso vale madres". Reflexiona don José, desde un tronco de
madera.
La
principal fuente de ingreso para los ocho integrantes que quedan en la familia
es el cultivo de alcatraces. Cada manojo con 10 flores lo malvenden en tres
pesos. En temporadas de noviembre a enero pueden ganar hasta 30 pesos diarios.
Las ganancias las deben distribuir en los nueve meses restantes.
De
acuerdo con la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, (SHCP), el salario
mínimo es de 70 pesos con 10 centavos. La familia de la Trinidad Ramírez
sobrevive con 30 pesos en temporadas de trabajo, aunque lo habitual es tener 20
pesos en los bolsillos, aclara don José.
Es
decir, a cada familiar le corresponden dos pesos con 50 centavos al día, si se
divide entre los ocho integrantes. De esta manera el padre de familia concluye:
"Aquí casi no hay monedas, si no se muere uno de hambre es gracias a las
cosechas. El problema es que no hay dinero pa’comprar medicinas ni cobijas en
estos tiempos de frío".
"Hace
un chingo de frío y no tenemos sarapes"
Los
alpinistas que pasan por el poblado, aseguran que el termómetro marca tres
grados durante el día. Ya en las madrugadas, la gente en El Paso debe soportar,
a pie descalzo, temperaturas por debajo de los cero grados.
El día
comienza a las cinco de la mañana para la familia de la Trinidad Ramírez. A esa
hora las actividades se distribuyen: las mujeres echan los 10 kilos de
tortillas, mientras los hombres salen con los pies morados del frío a cortar
papas en el huerto familiar.
Las
ráfagas de viento glacial hacen crujir las láminas del techo. Don José
Francisco teme que se vuelvan a volar como hace un mes. "Fuimos a traer
parte del techo hasta allá abajito, mero se nos pierde. Me tuve que llevar al
Ramón y al Adolfo pa’ que me ayudaran".
Para
las siete de la mañana, el café caliente y las tortillas ya están preparados.
Los hombres entregan dos kilos de papa cosechados. La madre ordena
inmediatamente a Rosa de la Trinidad Ramírez que acerque el anafre a los
varones, quienes casi meten las manos al fuego para descongelarlas.
Al
término del desayuno, los hombres preparan las herramienta para recolectar leña
para el fuego de en la noche. Las mujeres se dedican a los quehaceres de la casa.
Los días culminan a las 19 horas, y para entonces el frío y la penumbra
imposibilitan andar por el lindero.
No
obstante, los niños se dan tiempo para divertirse: inventan canchas de futbol
en los huertos y con imaginación, una pelota de trapos se convierte en balón
Adidas, de los que usan en la Champions League, asegura Ramón, el más chico de
los hermanos, quien es seguidor del Barcelona y presume que juega como Messi.
A las
cinco de la tarde las actividades en los patios de tierra se terminan. Se debe
ir a la letrina, que comparten dos familias, 20 integrantes en total, antes de
trancar la puerta. Sencillamente, nadie es capaz de salir a hacer sus
necesidades fisiológicas más noche.
Don
José de la Trinidad une los dos colchones tamaño individual y arroja todos los
trapiches posibles. Llama a todos a dormir, incluso deja pasar al perro y al
gato, quienes una vez acomodados los ocho integrantes, ocupan su lugar a la
altura de los pies. Ahí se acurrucan y comparten el calor corporal.
Así
duerme una familia en El Paso, Veracruz; así apacigua los gélidos vientos que
se filtran entra maderas podridos, entre animales. Un dato más para el Coneval.
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