1 de febrero de 2016

EL PASO, VERACRUZ; POBREZA Y FRÍO EN LAS FALDAS DEL PICO DE ORIZABA

La Perla, Ver.- "Aquí se llama El Paso, Veracruz, porque nomás pasan de largo las camionetas con ayuda hasta otros pueblos, sólo porque están más pegaditos al Pico de Orizaba. Pero el gobierno se olvida de nosotros. Aquí también tenemos hambre y hartos enfermos. Aquí también hace un chingo de frío".
El Paso, Veracruz, es una localidad enclavada en la serranía de las faldas del Citlaltépetl, perteneciente al municipio de La Perla, uno de los 10 con mayor índice de pobreza extrema en el estado, de acuerdo con cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, (Coneval).
La gente de la localidad no sabe medir la temperatura durante la madrugada, ni siquiera existen los termómetros. Lo único que aseguran, es que el frío les dicta compartir los retazos de colchones tamaño individual entre cuatro familiares. Seis seres vivos se refugian acurrucados de las temperaturas glaciales, si se cuenta al perro y el gato. Mascotas fieles en los peores escenarios de la miseria.
Un pequeño infierno más allá de las nubes, a 2 mil 740 metros sobre el nivel del mar. Los 471 habitantes no comercian con dinero, practican el trueque: papa, frijol, maíz, haba y quelite. "Aquí casi no hay monedas, si no se muere uno de hambre es gracias a las cosechas. El problema es que no hay dinero pa’comprar medicinas ni cobijas en estos tiempos de frío".
En El Paso, nadie ha culminado la preparatoria. El que quiere perseguir el sueño de las letras debe trasladarse hasta Ixhuatlancillo, la ciudad semiurbana más próxima. La utopía del estudio requiere una inversión diaria de 60 pesos, tan sólo en transporte. Equivalente a tres días de ingresos de la familia De la Trinidad Ramírez y sus 11 integrantes.
"Pa’ subir al pueblo están los piratas"
Hay al menos una veintena de automóviles que ofrecen su servicio de transporte; desde la localidad de La Perla hasta San Miguel Chinela: cacharros coloridos de segunda mano, marca Tsuru, modelos 96 - 98. Los únicos que desafían el camino empinado hacia las montañas.
Su principal ingreso proviene de los turistas con rumbo al Pico de Orizaba. La gente de las comunidades poco ocupa el servicio. Se trata de un lujo pagar 20 pesos por corrida. Sólo en caso de verdaderas emergencias o cada mes, cuando se surte de semillas o productos de la canasta básica para sobrevivir allá arriba.
"Nos dicen piratas porque no tenemos papeles ni permiso para andar llevando gente, pero somos los únicos que nos aventamos a subir. Un camión no llega por lo colgada que está la carretera", comparte don Mauricio, quién compró su carro en 20 mil pesos a un taxista de Orizaba, gracias a sus ocho años trabajando en suelo estadounidense.
El costo por el servicio de transporte es de 20 pesos por persona, 25 para los visitantes. Una corrida en el pirata solamente se usa en casos de extrema necesidad, pues tan sólo el viaje equivale a un día de ingresos para las familias de El Paso, y las demás localidades que circundan el volcán más alto de México.
Doña Rosalía Pérez, que no rebasa los 50 años, solicita el servicio colectivo con otras seis personas y pide al conductor que apile sus tres costales de maíz en la parte trasera. Habría desafiado a la montaña en burro, pero en el invierno, nadie está exento de perder el camino entre las espesas capas de niebla y caer en algún voladero.
Para llegar a la cima, el vehículo debe cruzar siete localidades: de La Perla a Hierba Buena, la señora Rosalía habla con otra pasajera sobre el frío insoportable de la noche anterior. De Hierba Buena a Los Fresnos le pregunta si sirve el televisor que dio el gobierno federal. Para llegar al Tejocote se lamenta, pues le pagaron a tres pesos el manojo de alcatraces y apenas sacó 30 pesos en el día. De Tuzantla a Linderos, las señoras bajan del pirata y lo empujan con los otros cuatro pasajeros, pues la batería anda fallando. De Linderos a Chocamán, doña Rosalía comenta que será abuela por séptima vez, de su hija de 35 años.
Para llegar a Xometla, advierte que ya le urge el pago de Prospera para los zapatos de sus nietos. Se despiden finalmente en El Paso. Cada quién se desvía a sus diferentes labores, a doña Rosalía ya lo esperan sus dos hijos para ayudarla con los costales de maíz.
Así se recorren 20 kilómetros; un peso por cada mil metros recorridos cuesta el transporte no oficial de la zona serrana. "Somos como un mal necesario para la gente. Si medio sale pa’ tragar es gracias a los turistas. A la plebe le fiamos a cada rato", y se despide don Mauricio, levantando su sombrero de cuero.
El pirata desciende las cumbres, sin necesidad de gastar gasolina, don Mauricio pone la palanca de velocidades en punto muerto y deja que la inclinación del terreno lo impulse hasta su base. A lo lejos una anciana ya le hace señas pidiéndole aventón.
El Paso, Veracruz: linderos míseros
El Paso es una hilera de colinas. Chipotes de tierra que en su cima permiten la vida a 77 familias. Allá arriba, pareciera que las intensas ráfagas de viento, replicaran los quejidos de 470 habitantes; lamentos de hambre y de frío. Campesinos enfermos y decepcionados al saber que su existencia solamente la conoce Dios y los santos de sus altares.
A la llegada de algún visitante, las miradas comienzan a sentirse desde diferentes esquinas. Los perros son los primeros en oler a un foráneo. Ladran y muestran sus colmillos para marcar el territorio, acto seguido bajan montones de chamacos, no mayores a los 12 años. Inmutados, sólo observan: aguardan a que un adulto aparezca y cuestione al extraño.
"Buenos días, ¿qué se le ofrece?" Pregunta con el ceño fruncido, un hombre de bigote delineado. A lo lejos, ya resuenan las suposiciones de la gente: "seguro es del gobierno". "Dígale que ya no llega el dinero para nuestros viejos". "Que le pida cobijas". "Para cuándo el pago de Prospera". Ecos de la miseria, acallados durante varios meses. Voces que sólo se atienen en periodos de contiendas electorales.
Luego de enterarse que se trata de una entrevista, José de la Trinidad Bautista, tiende la mano y silencia a los canes. "Acá lo único que va a escuchar son cosas feas. La gente ya no confía en nadie. Han venido políticos a prometer ayuda, pero nomás se burlan de nuestra pobreza. Venga pues, le voy a platicar".
El líder de la localidad abre la puerta de su casa, un cuarto de dos metros cuadrados hecho con la madera que le obsequian los pinos en la parte superior de la montaña. En el interior se encuentra su familia, al menos ocho integrantes están pasando un rato de coraje.
"Según íbamos a poder ver las novelas"
Timotea de la Trinidad, la más pequeña de los nueve hijos, da la orden a su abuelo que actualice los canales en la televisión que el gobierno federal entregó en el programa Mover a México. "Así abuelo, apriétele este botón", orienta pacientemente la pequeña.
"Esta chingadera ni sirve. Ya me desesperé, nos dijeron que según íbamos a poder ver las novelas. Que se iba a ver todo más clarito, más chingón. Puras mentiras", comenta furioso el hombre de 85 años.
Las pantallas planas que recién repartieron los vocales del programa federal Prospera no funcionan en su totalidad, apenas se ve un canal local por ratos. Su problema lleva un mes sin resolverse. Sofía Guadalupe de la Trinidad Ramírez, de 14 años, todos los días actualiza la lista de canales digitales, sin embargo el resultado es el mismo.
El señor más grande de la familia comenta a su hijo, don José de la Trinidad Bautista: "Lástima que no aceptan estas fregaderas en los empeños, un vecino ya me dijo. Pero si no, ve a venderla por ahí, mijo. O cámbiala por sarapes. Yo ya me harté. Con permiso, joven, está usted en su pobre casa". Y don Javier de la Trinidad se pierde en el lindero.
"Tuve nueve hijos; a tres ya los corrió la pobreza"
José Francisco de la Trinidad Bautista tiene 43 años, de los nueve hijos que procreó con Petronila Ramírez tres se han marchado: Martín, Clementina y Armando. El primero se encuentra trabajando en los Estados Unidos, nadie en la familia recuerda la ciudad de su estadía, sólo saben que está en el norte, lejos, e ignoran si va a regresar.
El segundo, Armando de la Trinidad, se casó en un pueblo vecino: Texmola. "Él quiso irse, pues. Aquí tampoco ya había para darle de comer. Encontró mujer y se fue, está como a dos horas de acá; pero ya no viene, apenas si le alcanza pa’ medio vivir. Ni modo, algún día vendrá. Es lo que le digo a mi señora pa’que no chille".
Finalmente, a quien don José llama su niña, se la llevó un vecino del lindero a los 13 años de edad. "Duele que se vayan llevando a tus hijas, la verdad. Pero da más tristeza ver que la cosecha no dé pa’todos. Todos por acá hacen lo mismo, hay que dejar que se vayan las chamacas, nomás uno les dice que no se olviden de nosotros, que regresen".
De los seis hijos que restan, cuatro van a la escuela. Lizbeth de la Trinidad es la integrante en todo el árbol genealógico que más años ha estudiado. Acaba de pasar a primero de secundaria. "Ella dice que va a seguirle otro rato. A ver si aunque sea acaba la secundaria", comparte incrédulo el padre.
En El Paso, Veracruz, nadie ha concluido la preparatoria, nadie. La utopía del estudio requiere una inversión diaria de 60 pesos, tan solo en transporte. Tres días de trabajo para la familia de la Trinidad Ramírez.
"Aquí no hay de otra, joven; los hombres al campo y las mujeres a la cocina, al hogar, pues. Honestamente creo yo que de nada sirve hacer tantos años de escuela. Ni siquiera soy de la idea de que se debe estudiar. Ya le dije a la chamaca que nomás otros dos años, que ya mejor ayude a mi señora. Para qué escuela, si aquí eso vale madres". Reflexiona don José, desde un tronco de madera.
La principal fuente de ingreso para los ocho integrantes que quedan en la familia es el cultivo de alcatraces. Cada manojo con 10 flores lo malvenden en tres pesos. En temporadas de noviembre a enero pueden ganar hasta 30 pesos diarios. Las ganancias las deben distribuir en los nueve meses restantes.
De acuerdo con la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, (SHCP), el salario mínimo es de 70 pesos con 10 centavos. La familia de la Trinidad Ramírez sobrevive con 30 pesos en temporadas de trabajo, aunque lo habitual es tener 20 pesos en los bolsillos, aclara don José.
Es decir, a cada familiar le corresponden dos pesos con 50 centavos al día, si se divide entre los ocho integrantes. De esta manera el padre de familia concluye: "Aquí casi no hay monedas, si no se muere uno de hambre es gracias a las cosechas. El problema es que no hay dinero pa’comprar medicinas ni cobijas en estos tiempos de frío".
"Hace un chingo de frío y no tenemos sarapes"
Los alpinistas que pasan por el poblado, aseguran que el termómetro marca tres grados durante el día. Ya en las madrugadas, la gente en El Paso debe soportar, a pie descalzo, temperaturas por debajo de los cero grados.
El día comienza a las cinco de la mañana para la familia de la Trinidad Ramírez. A esa hora las actividades se distribuyen: las mujeres echan los 10 kilos de tortillas, mientras los hombres salen con los pies morados del frío a cortar papas en el huerto familiar.
Las ráfagas de viento glacial hacen crujir las láminas del techo. Don José Francisco teme que se vuelvan a volar como hace un mes. "Fuimos a traer parte del techo hasta allá abajito, mero se nos pierde. Me tuve que llevar al Ramón y al Adolfo pa’ que me ayudaran".
Para las siete de la mañana, el café caliente y las tortillas ya están preparados. Los hombres entregan dos kilos de papa cosechados. La madre ordena inmediatamente a Rosa de la Trinidad Ramírez que acerque el anafre a los varones, quienes casi meten las manos al fuego para descongelarlas.
Al término del desayuno, los hombres preparan las herramienta para recolectar leña para el fuego de en la noche. Las mujeres se dedican a los quehaceres de la casa. Los días culminan a las 19 horas, y para entonces el frío y la penumbra imposibilitan andar por el lindero.
No obstante, los niños se dan tiempo para divertirse: inventan canchas de futbol en los huertos y con imaginación, una pelota de trapos se convierte en balón Adidas, de los que usan en la Champions League, asegura Ramón, el más chico de los hermanos, quien es seguidor del Barcelona y presume que juega como Messi.
A las cinco de la tarde las actividades en los patios de tierra se terminan. Se debe ir a la letrina, que comparten dos familias, 20 integrantes en total, antes de trancar la puerta. Sencillamente, nadie es capaz de salir a hacer sus necesidades fisiológicas más noche.
Don José de la Trinidad une los dos colchones tamaño individual y arroja todos los trapiches posibles. Llama a todos a dormir, incluso deja pasar al perro y al gato, quienes una vez acomodados los ocho integrantes, ocupan su lugar a la altura de los pies. Ahí se acurrucan y comparten el calor corporal.

Así duerme una familia en El Paso, Veracruz; así apacigua los gélidos vientos que se filtran entra maderas podridos, entre animales. Un dato más para el Coneval.

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