Tulio Moreno Alvarado - domingo, junio 12, 2011
Raúl Arias Lovillo inconsistente
En lo que pudiera parecer una confrontación entre el Estado y la Universidad en el contexto de la imperiosa obligación que tiene el mundo académico para expresar su libertad de pensamiento, el pasado fin de semana sucedió en la entidad un hecho inédito en el que el rector, Raúl Arias Lovillo, fue el intérprete de un evento que hizo aflorar la inquietud soterrada que prevalece en la habitualmente desarticulada y desmovilizada comunidad estudiantil y académica universitaria, al convocar a una marcha de protesta por el asesinato del catedrático José Luis Martínez Aguilar.
Exhibió también las oportunidades y los riesgos que hay en torno al ejercicio de la libertad de pensamiento, concediendo que al mandamás universitario le haya motivado un genuino deseo por encabezar, coincidentemente con la marcha del Consuelo que recorre el país dirigida por Javier Sicilia, una verdadera preocupación y espíritu de solidaridad con la comunidad académica y no alguna otra intención oculta como la que se empeña en ver cierta ala de formación sospechosista del gobierno.
Este razonamiento –de la comunidad universitaria enajenada– parece chocar con esa notoria falta de interés para opinar en torno a los temas públicos de la clase académica y que se entiende por varias razones, comenzando por el lamentable espectáculo y papel de esquirol del pensamiento libre que representa el sindicalismo oficial de la Federación de Sindicatos y Asociaciones del Personal Académico de la UV (Fesapauv) que tutela el diputado priísta Enrique Levet Gorozpe, hasta por entendibles y comprensibles razones económicas –cuidar el salario, la antigüedad, la posibilidad de subir en el escalafón, ser objeto de represalias, etcétera– que atenaza en principio el bolsillo de los maestros y preocupantemente en mayor medida, con un castrante efecto en su capacidad de debatir y ponerse del lado de la sociedad desde un punto de vista racional sobre los graves problemas que afectan al país y al estado.
Por el lado de los estudiantes, en apariencia mediatizados y enajenados en parte por los aparatos masivos de control social vía la televisión y las posibilidades del Internet –utilizado éste en gran medida no para informar sino para desinformar y servir como instrumento de distracción– parece que reaccionaron de una manera inesperada y mostraron con qué facilidad se puede encender la chispa de los indignados, rebasando a la convocatoria de la autoridad educativa que luego del incidente quedó moralmente desacreditada, con todo y que en una especie de acto de contrición y arrepentimiento el rector haya acudido de incógnito a sumarse a un acto que dejó a medias.
Así pues, Arias Lovillo se entrampó en esa disyuntiva luego de que públicamente a media semana convocara a vicerrectores, funcionarios y estudiantes a integrar una marcha de protesta por las condiciones de inseguridad que tuvieron como colofón el secuestro y asesinato del catedrático José Luis Martínez Aguilar.
En automático, hubo expresiones encontradas provenientes de todas partes; de parte del aparato estatal de seguridad que vio en la movilización convocada por el funcionario universitario desde infantiles remembranzas por emular al rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, Jorge Barros Sierra, cuando encabezó una protesta por la represión estudiantil; una falta de respeto y muestra de desconfianza a la autoridad en cuanto a su política pública de seguridad, hasta la toma de distancia del gobierno impulsada quién sabe por qué clase de razones ocultas.
De tal modo que el rector como figura pública e influyente supuso que en apego a su libertad de expresión personal estaría en condiciones de aportar a la comunidad su punto de vista sobre el espinoso tema de la inseguridad, en la coyuntura por el terrible homicidio del catedrático Martínez Aguilar y en el ejercicio de su función social. Sin embargo, no calculó el potencial impacto que tendría una manifestación pública de esta naturaleza para una estrategia gubernamental encaminada a contener los efectos en el ánimo social de la situación de seguridad en el estado.
Arias Lovillo apaleó el avispero de la inconformidad. A ver qué costos le trae esa inconsistencia que puede ser aprovechada por el ala sospechosista para ajustarle cuentas a los adversarios.
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