27 de julio de 2011

Once horas de caravana

En Guatemala comenzó la marcha Paso a Paso por la Paz, en la que migrantes centroamericanos recorrerán territorio mexicano para culminar su viaje en el Distrito Federal el próximo 1 de agosto.

Caravana Paso a Paso por la Paz de migrantes centroamericanos. Día 1. Recorrido: 310 kilómetros, Tecún Umán, Guatemala-Ciudad Hidalgo-Tapachula-Arriaga, Chiapas. Tiempo: 11 horas.

Es una caravana de datos duros: Honduras expulsa cada año a 73 mil personas que se internan en México en su periplo hacia Estados Unidos. Honduras ha documentado 800 casos de desaparecidos en territorio mexicano desde 2003 (Asociación Red de Comités de Migrantes y Familiares de Honduras).
 
Guatemala provoca cada año una diáspora de 150 mil personas que cruzan la frontera de México. Sólo este año, ha documentado 150 casos de migrantes desaparecidos en suelo mexicano (Mesa Nacional para las Migraciones de Guatemala; no había un conteo oficial hasta finales del año pasado, cuando ocurrió la tragedia de San Fernando, Tamaulipas, donde fueron hallados 72 migrantes ejecutados y enterrados).
 
Es una caravana de búsquedas: familiares de migrantes desaparecidos, quienes yerguen cartulinas con los rostros de los suyos van paso a paso por suelo mexicano tras algún rastro de 950 guatemaltecos y hondureños esfumados.
 
Es una caravana de dolorosas mutilaciones: “Mi hija Sintia (sic) Magaly López Pérez es guatemalteca, de Tiquizuela, del departamento de Escuincla, tiene 26 años. Desapareció el 4 de enero de 2009 en (Chiapa de) Corzo, Chiapas. Vino a trabajar de mesera en una cafetería, porque tiene tres hijos (de nueve, cinco y tres años) y no teníamos dinero. La última vez que la vieron fue en el bar Don Lupe.Imagínese mi dolor: un hijo, ¡cómo cuesta en el vientre, cómo cuesta su crianza!, y ahora, sólo pienso: ‘¿comerá un pan, dormirá?’. Una de mis nietecitas me dice: ‘Mamá, ¿cuándo viene mamá-Sintia?’, y lo le digo: ‘Sólo Dios sabe dónde estará y cuándo vendrá’. Si saben algo llamen al 46-75-71-26”, se le descompone el rostro a la madre sin hija, a María Antonia Pérez, quien contiene el llanto y eleva una cartulinita con el rostro de la joven al cruzar la frontera México-Guatemala.
 
Caravana de familiares de desaparecidos...

Este martes inició la caravana de unos 150 migrantes centroamericanos (y familiares de otros más) en Tecún Umán, Guatemala, a quienes las autoridades mexicanas les franquearon el paso sin chistar en el puente fronterizo de Ciudad Hidalgo, Chiapas, donde abordaron cuatro autobuses en los cuales recorrerán rutas migratorias de Chiapas, Oaxaca, Veracruz y Puebla, y concluirán su periplo en la Ciudad de México el lunes 1 de agosto, cuando marcharán al Zócalo y el Senado.

Es una caravana de dolores… Pero también de encuentros que entierran la incertidumbre sufrida durante años: en Tapachula finalmente se reúnen una madre hondureña y su hijo al que no hallaba desde nueve años atrás. Marta Leticia Palma, de 49 años, se abraza a Enrique Madariaga, su vástago de 27 de años. Las búsquedas de los defensores de los derechos humanos de los migrantes consiguen un par de sonrisas y llantos de alegría entre 950 casos de desolación.

"Estoy feliz, estoy feliz, es mi bebé”, susurra la madre que no deja de llorar mientras abraza con fuerza a su hijo que dejó de ver cuando era un chamaco de 18 años, y que ahora es un robusto joven cerca de los 30. “Yo lo hacía muerto. Lo soñaba de chiquito, ya casi no me acordaba de su rostro, y despertaba llorando”, cuenta la madre sollozante con una inmensa sonrisa de alegría. Caravana de rencuentros…
 
Caravana de historias de terror. Como esta:

“Me llamo María Luisa. Tengo 22 años. Nací en La Ceiba, Honduras. Me vine a México en 2009 para ir a Estados Unidos. Me subí al tren. Llegamos a Tierra Blanca, Veracruz. Ahí nos bajaron. Éramos muchos. Nos llevaron en camionetas al norte. Luego supe que era Tamaulipas, por allá en Reynosa. Me tuvieron secuestrada más de tres meses en una casa grande, como hacienda. Había más de 100 personas. Sí, 100. Casi nada más centroamericanos, pero había mexicanos. A cada uno le pedían 10 mil dólares. Les hablaban a nuestras familias y les decían que si no daban el dinero nos mataban. A las mujeres las violaban. Les pegaban. A los hombres les golpeaban. Yo fui muy maltratada. Fui violada. Me chingaban. Mis papás son campesinos pobres y no tuvieron el dinero. Pensé que me iban a matar. Como a otros que los desaparecían de ahí y luego los aparecían muertos para que los viéramos. Estoy aquí porque un joven de los que cuidaba se enamoró de mí y me salvó: gracias a él salí…”

María Luisa detalla a MILENIO su historia de espanto con una estremecedora mueca de terror. Contiene las lágrimas y reprime la rabia con voz apagada. Horas después, en uno de los autobuses de migrantes, su rostro se transforma de manera asombrosa: una gigantesca sonrisa y una mirada chispeante iluminan su hermoso rostro mientras ondea una bandera de Honduras.

Son los pasos de la vida de muchos migrantes centroamericanos en México.

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