Por: José Miguel Cobián
Imaginemos por un momento un país donde el actual dirigente, prometió en la tumba de su padre, no ceder el poder al partido que lo tuvo antes que el suyo. Imaginemos también, que inició una guerra contra el crimen organizado cuya estrategia e implementación han resultado fallidas, con el consiguiente pago de sangre y miedo por parte de la población.
Hoy está este imaginario dirigente, a menos de dos años de terminar su mandato y observa día con día, como las encuestas posicionan precisamente a su odiado rival como el seguro ganador de las siguientes elecciones presidenciales. Sabe también este dirigente, que su mentor, aquél presidente conocido por los mortales como ¨el chupacabras¨, aquél que muchos pensamos fue un excelente presidente y otros un terrible presidente, inventor del uso del vocablo solidaridad, chaparrito y orejón, ha decidido apoyar a su odiado rival, quien por cierto, posee un copete que le incomoda al actual presidente.
Ante todo ello, se encuentra con una disyuntiva. Apoyar a sus acérrimos rivales, a aquéllos que por poco ganan la elección en la que él resulto electo, o ceder el poder a aquéllos que prometió no cederlo. La disyuntiva de ganar la elección para su propio partido cada vez se ve más lejana, por las cuentas tan malas que le va a presentar a la nación al fin de su mandato, y porque su aparentemente designado sucesor es el mejor aliado de sus contrarios, pues cada vez que declara algo, sabotea a su propio partido y a sí mismo, reduciendo los votos de sus candidatos en las próximas elecciones a gobernador.
La otra disyuntiva, es la de aprovechar a ese monstruo que la guerra contra el crimen ha creado, dejando que crezca más todavía la criminalidad y buscando de último minuto algunas acciones efectistas que le hagan creer a la población que una continuidad del régimen actual supera con mucho la esperanza de mejor cambiando de partido político en la silla del águila.
Ya se sabe que precisamente el miedo y la sangre, han convertido a muchos compatriotas en autómatas, más preocupados por su propia seguridad y por superar su paranoia que por atender, entender y opinar sobre los asuntos de la cosa pública.
Sangre y miedo son dos excelentes armas para gobernar pueblos que por temerosos son mucho más dóciles, aunque se corre el riesgo de que una minoría tome la decisión de seguir vías violentas para cambiar el rumbo de la patria. Algo que la historia nos ha demostrado que se repite una y otra vez.
Un pueblo con sangre y miedo, busca afanosamente un líder que le proporcione seguridad, que le ofrezca la esperanza (aunque sea a mediano plazo) de mejorar en lo que más le preocupa al pueblo, y en este momento, gracias a la sangre y al miedo, el temor mayor es la seguridad.
Seguridad que por cierto, los dirigentes de los estados no están en capacidad de ofrecer, debido a los escasos recursos y a falta de facultades legales para perseguir delitos considerados del fuero federal.
La tentación del autoritarismo, o la posibilidad de manejar el sentimiento de inseguridad repitiendo el esquema de motejar al contrario más poderoso como ¨un peligro para su país¨, es muy fuerte. La posibilidad de establecer que los comicios no pueden llevarse a cabo por la inseguridad, y que debido a ello habrá de continuar en el poder o designar a su sucesor, puede ser muy fuerte, y la posibilidad hasta de un auto golpe de estado está latente.
Mi más sentido pésame a los ciudadanos de Fortín Veracruz, por el pésimo presidente municipal que sufren quien autoriza tables dances en zonas habitacionales.
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