4 de julio de 2011

La democracia perdida

José Manuel Zevallos P. - domingo, julio 03, 2011
La desesperación que provoca, desde hace cinco años, este caos generalizado en el que vivimos en México ha producido últimamente numerosos y bien organizados movimientos de protesta, que patentizan el malestar de la población ante el actual estado de cosas. Las protestas multitudinarias se han levantado principalmente por la amenaza que representa para el ciudadano el quebrantado orden social (44 mil muertes en cinco años, sintetizan y justifican brutalmente, el motivo de cualquier descontento, en el más optimista de los casos), y ello sin contar decenas o centenas de panteones clandestinos, trabajos de “pozoleros”y cadáveres arrojados en fosos, tiros de minas o al mar, situaciones totalmente posibles de darse en este país.

Pero atrás de esta preocupación central de sobrevivir, que supone la preservación de la vida y seguridad propias y ajenas, existen otras inconformidades más, que tienen su propio peso específico, por ejemplo: Ante la situación económica imperante; ante la falta de empleo; la inflación galopante; la corrupción generalizada; el saqueo del país a cargo de la clase política y de los grandes capitales; el abandono del campo; la sobreexplotación del trabajo; las nuevas, incontenibles y desproporcionadas cargas fiscales; la absoluta ineficacia gubernamental; el fracaso del Sistema Educativo o de la Justicia, por la incapacidad de quienes los manejan; la monstruosa corrupción de los sindicatos que tanto daña al país y a los trabajadores y un largo y dramático etcétera que abarca sin excepción todas la actividades y las imperdonables omisiones del llamado “Sector Público”.
 
Ante esto, los políticos no han podido proponer siquiera soluciones aceptables para ese incontenible caudal de problemas que –ya no se puede ocultar– amenazan aun a la existencia del Estado y se han conformado entonces con negar la existencia, de los mismos, pintando en cambio, una falsa realidad en la cual todo está bien y todos viven contentos. Naturalmente esto sólo ha servido para hacer más amarga la queja popular y radicales las posturas de los inconformes. El gobernado ha terminado por convencerse entonces que, “aun cuando se pregone lo contrario”, no existe en el gobierno, una verdadera intención de escucharlo.
 
El canal de la política tampoco parece abierto a últimas fechas. Los pequeños grupos que manejan los partidos legalmente constituidos, sólo están preocupados por cuidar sus propios intereses: Permanecer en sus cargos o mejorar sus posiciones políticas; entrar a saco con los dineros públicos; obtener para sí o para amigos y cómplices, cualquier clase de contratos o concesiones que los enriquezcan y manipular las siguientes elecciones para mantenerse en el poder. En suma, lograr más dinero y más poder, pero nada de escuchar al pueblo.

La democracia mexicana parece entonces haber perdido toda posibilidad en los planes gubernamentales de todos los niveles y todos los partidos. Hoy, la nueva consigna oficial es: Simulemos que los escuchamos y los tomamos en cuenta, pero hagámosles sentir que “guerra perdida, o no”, nosotros y sólo nosotros, tenemos la razón y el mando; si nos mencionan a los miles de muertos habidos por causa de la guerra que le declaramos al narco, respondamos “que era un mal necesario e inevitable, además de la única forma de detener al crimen organizado; si alegan que nuestras policías están involucradas con las organizaciones del narcotráfico, con el secuestro masivo de indocumentados centroamericanos o con las bandas que asaltan, secuestran y asesinan a los ciudadanos por todo el país, neguémoslo y “exijámosles que exhiban las pruebas de sus acusaciones”; si piden castigo para los que desde nuestro lado agreden y asesinan al pueblo en las plazas y en las calles, “contestémosles que tal cosa nos debilitaría y dividiría; si, finalmente, exigen intervenir en la toma de decisiones o en el control de las acciones políticas de la campaña, digámosles con firmeza que “eso, tampoco es posible ya que para eso nos eligieron y somos sus representantes, dispuestos a sacrificarnos por su bienestar y el de la patria”.
 
Ante tales actitudes, la democracia resulta ya un bien demasiado caro e inalcanzable para el pueblo. La misión principal del gobierno se ha reducido a “mantener el actual orden social y controlar o suprimir la disidencia”, aun cuando esto nos lleve, según sus palabras, a eliminar “temporalmente” aquellas “libertades de poca importancia”, de las cuales “pueden abusar los enemigos del Estado y de la paz”.

La televisión oficial repite todo el día ese discurso y la lógica económica que de él se desprende: “Si para generar el progreso necesitamos fuentes de trabajo y la industria las crea, démosle facilidades económicas a los industriales y permitámosles que obtengan más utilidades y paguen menos impuestos, para que así creen nuevas riquezas y el país progrese. Si eso no es suficiente, que los desocupados emigren y nos disminuyan la presión social, además de que sus remesas reactivarán la economía”. Se necesita también, dirán Javier Lozano, secretario del Trabajo, y Ernesto Cordero, secretario de Hacienda: “Que se rebajan los insostenibles privilegios de la bien pagada clase trabajadora, olvidándonos de conceptos ridículos, tales como “el salario mínimo” y “la jornada máxima” que no hacen más que limitar las ganancias de los patrones e impedir el desarrollo industrial, abatiríamos entonces el costo del salario y ello detonaría la llegada de nuevas empresas al país.

Así, con una sociedad más desigual, con ricos más ricos y pobres cada vez más pobres, explotados y dominados, es como quiere el gobierno alcanzar “la paz y el progreso” Calderón y su gabinete, sin advertir siquiera que están usando el mismo lema de Don Porfirio y obteniendo los mismos resultados, siguen metiendo al país en el callejón sin salida en el que se encuentra. Los pobres sin embargo ya no quieren seguirlo siendo, ni vivir para enriquecer a unos cuantos y soportar el mando de los ineptos. El país entero quiere que el reloj de la Historia marche otra vez para adelante y el pueblo vuelva a ser la única preocupación de los políticos. Pero esto último se llama democracia y requiere de un pueblo alerta y participativo.

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